Con faldas y a lo loco Contacto Conócenos Historia Crear post

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Corría el año 2003 cuando la sangría económica de Terra ya era insostenible. Era necesario recortar gastos sea como fuera y, siguiendo esa directriz, se decidió externalizar (outsourcing) la operación a IBM.

Hasta entonces, Terra utilizaba hasta seis empresas de servicios para cubrir el personal de operación (unas 45 personas). Externalizar el grupo de operación implicaba un significativo ahorro económico.

En primer lugar, porque Terra dejaba de preocuparse por la contratación de perfiles, cuadrar guardias, horas extras, bajas y vacaciones y, sobre todo, darles alojamiento en sus instalaciones (mesa, material de trabajo, suministro eléctrico, etc). También se ahorran mucho dinero en mantenimiento.

En segundo lugar (técnicamente debería ser en primer lugar porque es mucho más importante), porque Telefónica dejaba de subcontratar "personas" para contratar "servicios" a IBM. Desde un punto de vista financiero, lo que Terra estaba haciendo era convertir Capex en Opex. Con esto se consigue aumentar las deducciones fiscales y reducir los impuestos.

Dado que Terra estaba muy contenta con el servicio que el personal técnico le estaba dando, IBM no ve ninguna razón para cambiarlo (implicaría muchos gastos!) y -muy sabiamente- decide conservar el bloque completo y llevárselo al Centro de Trabajo que tenía en Torrejón.

Logicamente, IBM poco a poco empieza a imponer sus propias políticas de trabajo. En muchos casos eran muy distintas a las que el equipo técnico tenia con Telefónica. En mi caso concreto, estos fueron algunos de los cambios que afectaron a mi día a día:

Por aquella época, yo tenía fama de ser un bicho raro rebelde. La realidad es que me tocaba mucho las narices que me recortasen libertades "porque sí" sin darme ninguna opción a defenderlas ni negociarlas, y por otra parte, tampoco me proporcionaban ninguna compensación a cambio. Yo siempre he pensado que "si eres estricto para quitar, también debes serlo para dar", y claro, aquella forma de gestionar las cosas chocaba de lleno con mis principios.

Me quejé varias veces a mis nuevos jefes en IBM (que literalmente me respondían "¡Chico, son lentejas!") y a mis antiguos jefes en Terra ("Lo siento, pero ya no soy tu jefe. Eso debes hablarlo con IBM"). Primero me quejaba de forma verbal, luego por escrito, pero nada, no avanzaba. Y como el único que se quejaba era yo, estaba muy claro: el problema era yo.

Luego lo hablé con mis compañeros de trabajo: todos estaban de acuerdo conmigo, y todos me apoyaban. Pero a la hora de dar un paso adelante, todos se echaron atrás: "Entiéndeme, tengo hijos y no puedo jugármela!", "Es que no llego a final de mes y necesito el curro!", "Es que tengo una hipoteca", "Es que mi abuela me acaba de comprar una mountain bike verde"... así que al final me quede solo.

Pero un alma rebelde no renuncia tan fácilmente a sus principios, y lejos de pasar por el aro, decidí liarme la manta a la cabeza y seguir adelante luchando por mis derechos. Total; lo peor que podía pasar era que me despidiesen. Y si eso sucedía, me bastaban dos llamadas de teléfono para tener un empleo nuevo. La verdad es que aquellos años eran así: el mercado laboral era tan líquido que era sencillísimo cambiarse a otro trabajo donde estabas más agusto, te gustaba más, tenías amigos trabajando ahí, te pagaban más pasta, o simplemente te pillaba más cerca de tu casa.

Así que seguí adelante con mi cruzada personal... y un buen día aparecí en la oficina con una pulserita de pinchos.

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A mediodía, mi jefe me llama para echarme la bronca -como si fuese un niño en un parvulario- y me dice que no podía llevar esa pulsera y que las normas de vestuario eran muy concretas: entre ellas, tenía que vestir camisa, de color blanco a ser posible y, opcionalmente, traje y corbata.

Yo me quejé de que el portátil era muy incómodo, a lo que respondió "Bueno, pues te pondremos un monitor y un teclado para que estés más cómodo". Al día siguiente aparecí con un collar de perro y una pulsera de pinchos mucho más grande.

Para ellos había quedado claro que yo era la oveja negra y que no iba a pasar por el aro. Pero como yo cumplía muy bien con mi trabajo y, por el momento me necesitaban, no podían echarme de un dia para otro, así que me intentaban tocar las narices todo lo que podían...

Y claro, yo respondía tocándoles las narices a ellos: un día fui a trabajar con una camisa lisa blanca, tal como me pedían ellos, pero llevaba la corbata atada al hombro en bandolera... Otro día fui a trabajar con una camisa medieval de chorreras... La intensidad de los cabreos de los jefes sólo era comparable a la de las risas de mis compañeros.

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Otro día fui a mi médico de cabecera quejándome de que me dolían mucho las muñecas:

Una hora después entraba por la oficina con un informe médico que decía "El paciente padece una tendinitis De Quervain. Se recomienda reposo y que se revisen sus herramientas de trabajo". Casi todos los días tenía reuniones con algún jefazo intimidándome o directamente amenazándome.

Esas semanas, empece a informarme sobre seguridad e higiene laboral, y al final escribí un dossier de unas 50 páginas documentando cada una de las regulaciones de la normativa que se saltaban a la torera. La verdad es que fue muy educativo estudiar la cantidad de cosas que están reguladas. Por ejemplo:

Todo esto les iba tocando las narices a los jefes cada vez más, aunque intentaban aparentar que pasaban de mí. Al final se ve que se cansaron de mí, me metieron en una sala con varios jefes (incluido el jefe de mi subcontrata) y me dieron un ultimátum: "A partir de mañana, o cumples las reglas como todos los demás, o te vas a la calle".

Al siguiente día aparecí vestido de traje y corbata, camisa blanca, mocasines castellanos, sombrero de bombín y bastón. Los jefes me miraban con gestos de aprobación como diciendo "Te has pasado, pero bueno, me alegro de que hayas entrado en razón. ¡Mira que eres tocapelotas!".

Y justo al día siguiente aparecí con el pelo cardado, con una minifalda, y con un top de terciopelo enseñando el ombligo. Yo creo que mi mensaje fue muy sencillo: "Soy muy flexible. Puedo ser capaz de un extremo y también del otro extremo", pero tengo la ligerísima sensación de que no entendieron el mensaje porque ese mismo día me sacaron del proyecto y me mandaron de vuelta a Pozuelo para formar a dos chicos que habían contratado para reemplazarme.

Fue la primera vez que dejaba Telefónica y, aunque a la semana siguiente ya estaba trabajando para otra empresa, me dio bastante pena. Sin embargo, el tiempo terminaría dandome la razón cuando dos años después volví a Terra.

Para resumir las cosas, y al margen de mis batallas personales, lo que sucedió cuando IBM asumió la operación es que IBM fue incapaz de proporcionarle a Telefónica un nivel de servicio comparable al que Telefónica se daba a sí misma -como es lógico-. Y menos aún si el equipo de trabajo está desmotivado.

Cualquier incidencia en operación o cualquier cambio que pedía ingeniería daba lugar a interminables batallas burocráticas entre IBM y Telefónica. En realidad fue muchísimo más complejo, ya que el outsourcing se hizo a través de Telefónica Data. Es decir, que estaba yo, mi subcontrata, IBM, Telefónica Data y Terra. Aquello era Vietnam. Todo el mundo defendiendo sus propios intereses. Obviamente esto causó que la calidad del servicio se viera seriamente deteriorada y Telefónica se hinchó a reclamarle penalizaciones a IBM por incumplimiento de SLA.

Finalmente, IBM vio que el proyecto no era rentable y lo abandonó. Entonces, Telefónica le cedió la operación de Terra a Hewlett-Packard y, un mes después, alguien de Telefónica Data me llamó para que volviese a Terra. Esa fue la segunda de las cuatro veces que estuve en Terra, pero eso ya es otra historia...

Una de las lecciones que aprendí en esta historia es que nunca serás un buen gestor de equipos de trabajo si no entiendes que tu equipo, antes que trabajadores, son personas.